Comentario
Aunque la religión cristiana era la oficial de los diferentes Estados germanos surgidos tras la caída del Imperio Romano de Occidente, el paganismo perduró en las conductas sociales durante la Alta Edad Media tal y como nos informan obispos y clérigos, al menos hasta el siglo X. Estas prácticas paganas se manifiestan aún con más fuerza en regiones recientemente conquistadas para el cristianismo como Sajonia o Frisia.
Un mundo plagado de violencia como el altomedieval nos ofrece muestras de mantenimiento de la práctica de la adivinación, tanto de tradición romana como germana. Si un viajero escucha a una corneja graznando a la izquierda lo puede interpretar como un signo de buen viaje. El estudio de los excrementos o los estornudos de los animales de trabajo -caballos o bueyes- permite conocer si el día nos trae buenos o malos augurios. Arrojar unos granos de cebada sobre el fuego del hogar y contemplar como saltan es una señal de peligro.
Numerosos adivinos se ponían en contacto con los muertos. Era frecuente que el adivino se sentara en un cruce de caminos sobre una piel de toro -con la zona ensangrentada vuelta sobre la tierra- para recibir las comunicaciones de los difuntos, en el silencio de la noche. De esta manera podían predecir catástrofes o brindar soluciones a diferentes problemas. El papel de la mujer como mediadora entre los vivos y los espíritus es frecuente en esta época. A falta de cartas para adivinar, las mediums germánicas asociaban letras a diferentes vaticinios. Las letras eran grabadas en palos y sacadas por la adivina al azar. La n significaba miseria e infortunio mientras que la t era victoria.
Una fórmula curiosa de adivinación era la que utilizaba como instrumento la Biblia. Un clérigo o un niño abría las Sagradas Escrituras al azar, leyéndose la primera línea de la página elegida, lo que se consideraba como una profecía. Tampoco faltaban las interpretaciones de los sucesos naturales como temblores de tierras o fuegos fortuitos así como fórmulas de conjuro contra las enfermedades oculares, las hemorragias o la hidropesía.
La magia estaba a la orden del día, sirviendo todo tipo de amuletos contra el mal de ojo o las enfermedades. Estos amuletos los utilizaban hasta los grandes monarcas como Carlomagno, quien llevaba un talismán de cristal en su cuello. En las hebillas de cinturón encontramos adornos contra la mala suerte. También se consideraba que el cabello tenía una fuerza especial, e incluso se han constatado casos de quien ha llegado a quemar la cabeza de un muerto, cocer el resultante y beber la pócima con tal de sanar una enfermedad. Para curar a los niños enfermos se les introducía en una excavación cerrada con espinos, situada en una encrucijada. Si la madre tierra se empapaba de la enfermedad, el niño dejaba de llorar y estaba curado. Para curar la terrible tos ferina, el pequeño era introducido en un árbol hueco.
Como es de imaginar, en una época tan mágica y misteriosa abundaban los conjuros y las hierbas sanadoras. Para cristianizar estas prácticas la Iglesia impuso que cuando se recolectaran las hierbas se rezara un Padrenuestro y un Credo. Mezclas mortales podían ser las de belladona y bayas de madreselva como nos refieren los penitenciales, al igual que algunas pócimas buscaban el amor, la fertilidad o la impotencia masculina. Si se desea que un hombre sea impotente se podía conseguir anudando una cinta a cada una de las prendas de vestir de ambos cónyuges. Si la mujer no deseaba quedarse encinta se desnudaba, se embadurnaba en miel y se revolcaba en un montón de trigo, recogiéndose con cuidado los granos que habían quedado pegados a su cuerpo. Esos granos eran molidos manualmente al contrario que de la forma habitual, de izquierda a derecha. El pan resultante de esa harina se ofrecía al hombre con el que se mantendría la relación sexual. De esta manera se "castraba" al varón y no se engendraban niños. Un afrodisiaco utilizado en la época era la introducción de un pez vivo en la vagina de la mujer, donde quedaba hasta que moría. El pez era cocinado y servido al marido que de esta manera se cargaba de potencia sexual. Otro sistema sería amasar la pasta del pan en las nalgas de una mujer o sobre sus partes genitales, provocando así el deseo del hombre perseguido. La sangre de las menstruaciones, la orina de ambos sexos o el esperma del hombre también eran considerados potentes afrodisiacos.
Las leyes germanas consideran que el peor insulto es el de bruja, tal y como aparecen en sus castigos: "Si alguien llama a otro servidor de las brujas o portador de un caldero de bronce en el que las hechiceras hacen sus mejunjes, tendrá que pagar 62 sueldos y medio". Las brujas eran francamente temidas por la sociedad según reza en un castigo: "Si una bruja devora a un hombre, pagará 200 sueldos". Sus poderes estarían vinculadas al diablo y tendrían, entre otras facultades, la de leer el futuro. Para ello utilizaban sangre humana esparcida por su caldero por lo que eran denominadas caníbales y chupadoras de sangre.
La Iglesia perseguirá este tipo de muestras de paganismo, especialmente a partir del Concilio de París del año 829 donde se condenaron estas creencias. Una de las fórmulas que se llevarán a cabo para cristianizar el paganismo está relacionada con la creación de nuevos espacios sagrados, el culto hacia los santos, las celebraciones litúrgicas o las procesiones. En resumen, hacer pública la fe. Todo tipo de magia será considerada satánica ya desde los concilios de Agde y Orleans en el siglo VI, donde se condenó a pitonisas y adivinos. Sin embargo, como bien dice Michel Rouche "la cristianización (...) no pudo hacer desaparecer aquel conglomerado de creencias subjetivas (...) Los esfuerzos del cristianismo procuraron alejar el temor de las fuerzas del mal transfiriéndolas al diablo a fin de liberar la conciencia personal. (...) La penitencia y el matrimonio fueron probablemente los medios más eficaces de cristianización de la vida privada".